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Paranoias Razonables

De lo divino y de lo humano, sin que me interrumpa ni Dios.

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lunes, febrero 13, 2006

Ir de compras.

" Federico Montseny solía bajar a comprar entre las 10.30 y las 10.45 desde hacía...desde hacía... a decir del barrio, desde siempre. Bajaba vestido con un pantalón de pana gris, camisa azul bien planchada y los anteojos de ver de cerca sobre la nariz achatada, tras los que unos ojos marrones nerviosos observaban todo. Solía asir en la mano derecha un carro de compra de tela gris con rayas blancas y negras, ruedas gastadas y tantos años que casi pudiera pasar por incunable entre los carros de la compra.

Recorría la Calle de la República con marcha legionaria, adornada cada 5 pasos de resuellos ahogados y escupitajos bien marcados en un pañuelo de tela blanco con las iniciales B.D. En el mercado de los Santos, sito en la esquina Avenida de la Alameda por la que se llegaba torciendo a la izquierda la segunda transversal a la Calle República, era un componendo de rubicundos limones entre callejas, cornejas, perdices, jamon de York de Ubeda, pasteles de hojaldre rellenos de miel y frutos secos, todos estos y varios artículos más decompuestos en gritos DADá por dependientes disfrazados de pavos reales disfrazados de personas; Alguno era lo bastante humano como para trocear, destripar, envolver y cobrar la pieza vendida con tan sólo una sonrisa.

Así pensaba al menos Federico.

Solía llenar el carro de la compra por orden. Eso pensaba, aunque unos días pusiera la fruta encima de las carnes y estas encima de los huevos que estaban encima de los puerros y los tomates o lo hiciera viceversa, hasta dejar el carro contrahecho, quasimodo transporte, y sobre las 11.45, a veces hacia las 12.05, recorría la Avenida de la Alameda con paso marcial, adornada cada 5 pasos de resuellos ahogados y escupitajos bien marcados en un pañuelo de tela blanco con las iniciales C.A, y llegar a su portal en la Calle de la República.

Al llegar al piso solía vaciar el carro de la compra, tirar la compra a la basura y limpiar amorosamente el carro, como BB king tocando a Lucile, despacio, tocando cada pequeño bulto con la yema de los dedos, cada imperfección de la tela, cada parche remendado, cada detalle en una canción de viejos; tarareaba " Dos gardenias para tí" y empezaba a voltear el carro sobre el eje de una rueda, lo bailaba alrededor de sí mismo, mientras sonreía sin anteojos.

Solía salir a comer a un bar en el centro entre las 14.30 y las 15.10, con los anteojos de ver de lejos, para no darse cuenta muy bien de si comía los platos de B.D o de C.A o los de Raimundo Heredia, dueño del bar "Cuatro hermanos" al que acudía desde hace...desde hace... Raimundo diría que desde siempre.

Un verano de un año en una mañana de sol a Federico Montseny le dio un infarto del que no se repuso jamás.

No volvieron ver al carro gris por el mercado de los Santos, lo cual produjo cierta incertidumbre sentimental en todos los artículos de venta,desde los jamones de York de Ubeda hasta los frutos secos, pasando por las truchas asalmonadas, pues alguno aún había oído hablar de aquel famoso carro a restos podridos en los estantes, bien ocultos en los intersticios, que hablaban de El-Cielo-de-Tela.

Hubo quesos que hablaron del Apocalipsis."


Que tengan un buen día.