Una idea original.

Lo más peliagudo de atrapar una idea, es la concertación del estado de ánimo, el ambiente y un lugar, propicios para acometer la tarea. La inspiración es una dulce meretriz de pensamientos eslabonados en la incoherencia reflexiva de una página en blanco, en el caso de un escrito, que es el caso que nos ocupa.

La originalidad es anecdótica, pues en caso contrario no sería original.

Tengo un amigo virtual, - pues unicamente conozco de él a traves de pixels y es un poco vergonzoso, a mi edad, llamarle invisible aun cuando probablemente sea más adecuado el adjetivo -, que disertaba acerca de la construcción de un relato, novela, cuento, o cualquier otro artificio literario, postulando que la ejemplificación del argumento de la obra ha de comunicarse al lector a través de una anécdota.

Ayer Javier Cercas hacía lo mismo, vindicando el chisme al que equiparaba con la anécdota, con una diferencia de varias semanas con respecto a mi amigo.

Y el caso es que recordé haber visto una conferencia de Kevin Smith, hablando sobre la casualidad de que, en un comic suyo, Abraham Lincoln tuviera cabeza de mono en la estatua que tiene en el Lincoln Memorial y en la nueva versión de "El planeta de los simios" de Tim Burton,posterior al comic, apareciera la misma escena.



El decía que es normal que las grandes mentes piensen igual. Lo decía aquí

El caso es que creo que Javier Cercas, también señaló hace poco algo sobre la originalidad, poniendo como ejemplo una anecdota sobre Kafka, cuando un admirador, un amigo, alguien, no recuerdo quien, le decía que un escritor inglés había hecho algo parecido a su Gregorio Samsa, aunque no igual.

Eso ha sido hace a lo sumo dos meses, aunque puede que no fuera Cercas, no lo recuerdo ya. Kafka venía a decir más o menos lo mismo que dijo Kevin Smith.

La inspiración se vende cara, pero a veces se vende a más de uno esa cara.

Jorge Luis Borges
La trama.

"Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por lo impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.

Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas) : ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena."


Que tengan un buen día.